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El vicio de leer

En casa hubo siempre muchos libros, ya habrá notado el lector en el cuento de las Migraciones Nocturnas que me referí a las enciclopedias de casa en plural. Habían los libros de mi madre, los de mi padre y los de los niños. En mi cabeza existe la idea que las paredes se tapizan con libreros y los libreros se llenan de libros. ¿Cuadros? Esos son ornamentos sólo para adornar pasillos. Aunque los libros de mi infancia no eran sólo un adorno que hubiera que desempolvar regularmente, ellos eran parte de la vida. Mi padre y mi madre utilizaban palabras extrañas de vez en cuando y nos obligaban a recurrir a los diccionarios para comprender su significado. Miré a mi madre devorar con sus ojos literalmente aquellas hojas empastadas y con frecuencia mi padre acarreaba algunas bajo el brazo. Esa fue la forma como aprendí la pasión por la lectura. No cabe duda, el ejemplo es la mejor técnica pedagógica.

 

Mis hermanos y yo sabíamos bien cuáles libros eran de niños y cuáles no lo eran, pero no existía restricción alguna sobre los libros que podíamos tomar de los estantes. Fue una impetuosa novela de arquitectos que leí cuando tenía diez u once años donde aprendí  lo que era el sexo. Y no considero que aquella experiencia haya torcido mis inclinaciones de manera alguna. Así leí también: La Iliada y La Odisea de Homero, las novelas de Alexandre Dumas, la serie completa del personaje Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y muchas otras. Debo haber tenido entre doce y catorce años cuando tomé de los estantes de casa un libro titulado Astronomía. Aún recuerdo el nombre del autor pues todavía lo conservo en alguna caja. El autor es Josep Comas i Solà, astrónomo español nacido en Barcelona. Hojeé aquel volumen muchas veces aunque nunca lo leí por completo. En mi cabeza se fijó la pregunta, ya no recuerdo si leída en sus párrafos explícita o implícitamente: ¿por qué las galaxias espirales conservan su forma? Esa pregunta me persiguió como fantasma mucho tiempo y se aparecía en mis lecturas distrayendo mi concentración.

 

Pero leer puede también convertirse en un vicio. Por algo más de un año leí diariamente el periódico que papá traía a casa. Lo leía desde el primer encabezado hasta el último anuncio pasando inevitablemente por las incontables notas rojas. Cuando mi madre se enteró, me recomendó omitir la lectura de aquellas noticias. Recapacité al respecto y dejé de leer esa sección. Más tarde me di cuenta que con solo mirar los encabezados podía imaginar lo que dirían los artículos, así que paulatinamente dejé también de leer el periódico. Cuando tropecé con esta misma propuesta en el libro de Marilyn vos Savant sobre Gimnasia Cerebral, no me pareció descabellada en absoluto.

 

Preguntas no respondidas, como la surgida en el libro de Astronomía sobre las galaxias espirales, los estudios en la escuela superior y mis primeros intentos por aprender a escribir se apoderaron de mi dedicación y lograron con ello, finalmente, apartarme del vicio. Ahora ya sólo leo un libro cada dos o tres meses y sólo leo aquellos que alguien me haya recomendado. Actualmente invierto mi tiempo en profundizar en el apasionante arte de escribir. Mi esposa opina que voy rumbo a padecer el vicio de la escritura.

Los libreros tapizaban las paredes de mi infancia.

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