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Aventura en Venecia - actualización

Mi esposa y mi hijo han leído la Aventura en Venecia. La siguiente actualización surge de sus recuerdos que me han aclarado la memoria.

 

El vaporetto abordado por Guadalupe fue el último bote de la jornada, así lo anunció el timonel cuando abrió la puerta para los pasajeros. Fue esa la razón que provocó que el gentío se arremolinara buscando subir al transporte. Mi esposa logró hacerlo y pensó que nosotros lo conseguiríamos también. Apartó un asiento para mí, junto a ella; cuando se percató que viajaba sola permitió que una mujer lo ocupara. Mentalmente preparó su respuesta para cuando apareciera el billetero. Sus sonrisas y sus explicaciones en español e inglés, confiaba ella la librarían del aprieto. No fue necesario aplicar su recurso, el billetero no se presentó en todo el recorrido. Ingenuamente esperaba Guadalupe que cuando descendiera del bote en la Estación de Santa Lucia nos encontraría esperándola.

 

―Por lo menos los Ramones están juntos―, se decía a sí misma como consuelo.

 

Ramón caminó por las callejuelas de Venecia buscando volver al Ponte di Rialto. Él sabía la hora del último bote así que no volvió a la estación San Marco-Vallaresso ni tomó otro vaporetto. No logró su cometido pues varios callejones cerrados se lo impidieron. Contra sus propósitos se vio obligado a volver a la plaza de San Marcos para reorientarse y nuevamente intentarlo. Lamentó mucho que hubiéramos olvidado, en la mesa del restaurante, el mapa. 

 

―Por lo menos mis padres están juntos y ya deben haber llegado al hotel―, se alentaba a sí mismo.

 

Cuando Guadalupe descendió del vaporetto no halló a sus compañeros de viaje así que pensó que nos encontraría esperándola en el hotel. Trató de recordar el camino por las callejuelas y puentes que llevaban de la estación del tren hasta nuestro albergue. En varios intentos acabó en lugar desconocido o en algún callejón sin salida. Volvió a la estación del vaporetto en cada ocasión. Cansada, se dedicó a preguntar, a cuanto transeúnte pudo, por direcciones para llegar al hotel. Sin el nombre de nuestro albergue describía el edificio. Preguntaba a una mujer italiana cuando mágicamente aparecí a su lado.

 

―¿Y mi hijo?― Preguntó.

 

―Tomó su propio camino―, me incomodó responderle.

 

―Seguramente está esperándonos en el cuarto―, dijo ella buscando animarnos.

 

Cuando llegamos al hotel y no encontramos a Ramón, ella por supuesto se angustió muchísimo. ¿Qué madre no lo habría hecho? Ni el encargado de la recepción ni yo pudimos persuadirla que Ramón podría llegar solo. Tras inútiles intentos por convencerla concedí caminar a la estación del tren para esperarlo. Nos preguntábamos si sería mejor que ella viniera conmigo o aguardara en el cuarto, cuando lo vimos cruzar el último puente sobre el canal aledaño.

 

Ramón se vio obligado también a hacer uso del sentido de orientación, como hacen tal vez las aves en sus migraciones. Nuevamente tengo que preguntarme: ¿tenemos algún mecanismo magnético dentro de nuestro cerebro?

Tomamos esta foto antes de separarnos.

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