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Una experiencia mística

 

Me encontraba atorado tratando de comprender las matemáticas en una onda estacionaria de una cuerda elástica. El problema me sobrepasaba, hacía mucho tiempo que no ejercitaba las neuronas. Por las piedritas me propuse.

 

Coseno de la diferencia de dos ángulos es igual a la suma del producto de los cosenos de los ángulos y al producto de los senos de los mismos objetos. Para demostrarlo, dibujé un círculo unitario, marqué dos puntos cualesquiera en su circunferencia. El cuadrado de la distancia entre ellos es dos menos el doble del producto de los cosenos de los ángulos y menos el doble del producto de los senos de los mismos. Y es también, si se hace girar el circulo de forma que el primer punto coincida con el eje horizontal, dos menos el doble del coseno de la diferencia de los ángulos. Igualando las ecuaciones se obtiene la demostración buscada.

 

Demostración que no logré realizar unas horas más tarde en un segundo intento. Alcancé un libro de trigonometría, pues mi demostración original había terminado en el cesto y el cesto vaciado en la basura del edificio, y hallé la demostración escurridiza. Leyendo todo pareció muy claro, pero cuando quise reproducirlo en papel mi cerebro comenzó a trabajar con neuronas diferentes y ya no conseguí la demostración. Hice un esfuerzo adicional y los centros cerebrales se conectaron: el que había leído y comprendido se conectó con el que había escrito en el pasado, y entonces entendí. Volví a la ecuación de la onda estacionaria y vislumbré, solo con mirar las ecuaciones diferenciales, todo el desarrollo matemático. Contento, pasé a estudiar la vibración de una barra elástica con un extremo libre.

 

En la televisión había imágenes del mar. Olas iban y venían, el mar chocaba con las rocas y de pronto imaginé miles de millones de ecuaciones diferenciales montadas sobre el agua explicando el movimiento de cada pequeña porción de la superficie acuosa. Las fórmulas se traslapaban, se superponían y entonces comprendí el mar.

 

Las imágenes cambiaron a hojas y a árboles, a bellos paisajes rurales. Comencé a ver sobrepuestas ecuaciones de imágenes como aquellas intuidas en el mar. Ambicioso me volví a mirar al mundo y al sol y a las estrellas. Mi ambición desbocó como si fuera un conquistador insaciable de la antigua historia, pues en mi imaginación también miré a las galaxias.

 

Dios no es una fuerza creadora sino millones de millones de fuerzas, todas actuando comandadas por un solo espíritu. Y entonces escribí: “el espacio es una descondensación de la materia, la energía es el intento por recondensar al espacio y la materia lo es todo, la materia es Dios. Pero la materia-densa, no los protones y electrones en viaje orbicular permanente, sino aquella que contiene a la energía y al espacio, al tiempo y a los átomos; la que ya no requiere viajar pues es, en sí misma, el viaje; para ella, el trayecto es sólo volver a otras formas, pues el espacio que se recorre y el tiempo que se utiliza son parte integral del viajero”. Fue una experiencia mística, quizás miré por un instante al Dios de Spinoza.

 

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