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Un sueño de otoño

Escribí este cuento fuertemente influenciado por la primera novela, pues mi madre cumplió 75 años cuando me encontraba en el penoso proceso de escribir mi primera obra larga. Penoso ciertamente pues, con mucha frecuencia, la falta de experiencia en nuestra primera faena de cualquier clase nos hace cargar la piedra por el camino escabroso y, en rarísimas ocasiones, rodarla por la vereda corta.

El primer rayo de luna iluminó su faz. Las danzantes nubes mecidas por el viento, descubrieron el dardo color de plata que certero, esquivando las curvas de tergal que adornaban la ventana, fue a golpear los incipientes pliegues de su cara. Se había quedado dormida en su sillón favorito, él que ella había colocado en su porche trasero orientado hacia donde el ocaso del sol creaba el espectáculo que ella disfrutaba tanto todas las tardes de otoño. Se preguntó cuál era el significado de este sueño tan vívido. Jamás había sido aficionada a la interpretación onírica pero éste en particular la hacía sentir un tibio regocijo que despertaba su curiosidad.

 

En un ambiente oscuro dos figurillas de plomo estaban iluminadas como si se tratará del foro de un teatro y cómo si se tratara de una obra teatral cuando apenas se han corrido las cortinas para dar inicio al espectáculo, los actores están quietos mirándose el uno a la otra, sin atreverse a iniciar. Él, un soldado de plomo, luce una casaca roja con dos cintas blancas en forma de x sobre su pecho, un fusil con bayoneta y un gorro cilíndrico azul. Ella, una bailarina de ballet con tutú y mallas blancas erguida en puntas sobre sus zapatillas también blancas. Los dos están parados sobre un gran cuaderno blanco abierto. La cara del soldado parece decir "creo que me equivoqué de obra, yo debía estar enfrentado una batalla". La de la bailarina "¿y a qué hora inicia la música y este soldado empieza a bailar?"

 

El cuaderno empezó a estirar y alargarse como si el director de la obra hubiera dado la orden para iniciar y el cuaderno impaciente por la inmovilidad de las figuras de plomo estuviera tratando de arrastrarlos consigo. Pareciera que nadie le había explicado nunca que los objetos inanimados no se supone que tomen la iniciativa. La bailarina, entonces, se acercó al soldado se inclinó graciosamente para mirarlo desde abajo, tomó su mano y con un ademán lo invitó a caminar con ella por el camino en el que se estaba convirtiendo el cuaderno.

 

Las figuras caminan manchando el papel blanco cuyas únicas marcas son las huellas que soldado y bailarina van dejando tras de sí. Las figuras caminan en la dirección en que el cuaderno estira y a la lejanía, plomo y papel parece que se funden. Ya no es más un cuaderno, continua estirando y alargando, cada vez más rápido desgarra el fondo negro cuyas únicas marcas son estrellas que como pecas blancas e inmóviles no les queda más que envidiar el veloz paso del papel color plata. "¡Oh, quién fuera rayo para libre vagar!" suspira una de ellas.

 

A lo lejos y acercándose rápidamente una esfera azul se interpone al camino del rayo. Sin desviar su trayectoria, temerariamente se abalanza hacia la esfera como si fuera invulnerable al impacto o mejor dicho como si todo el propósito de su existencia fuera el de viajar todo ese espacio para ir a estrellarse con ella.

 

Al acercarse a la esfera se vislumbran montañas y nubes, luego bosques y casas. El rayo penetra las nubes y a velocidad creciente se precipita a la tierra, cruza entre los árboles y después entre las cortinas de tergal para ir a iluminar la cara de una bella vieja que se ha quedado dormida. La vieja despertó.

 

"¿Qué sueño tan hermoso? ¿Cuál será su significado?" pensó ella, "pero creo que esto ya lo había pensado". Se percató entonces que en su regazo, aún yacía el cuaderno que todos sus familiares le escribieron en su cumpleaños 75. Lo desempolvó con un suave soplo. Había olvidado este cuaderno en un rincón lejano de su baúl de recuerdos y esa tarde se había propuesto volver a leerlo. Pero la tarde ya había pasado. Sin embargo, encendió la luz de la lámpara junto a su sillón, abrió el cuaderno en una página al azar y leyó en voz alta.

 

Una tarde muy tardeada,

una vieja encuadernada,

sentábase en su poltrón favorito

para el ocaso admirar.

Bien sus pasos recordaba

sobre este mundo mundano.

"¡Pero vamos!

¿Qué es la vida?"

se preguntaba,

al poner sus antiparras

para leer el cuaderno

que sostenía en su mano.

La vida es un cuaderno en blanco

que al caminar manchamos,

la vida es un camino escrito

que leemos al recordar.

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