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Un dado que cae siempre cuatro

 

Una perspicaz e intuitiva lectora, tras leer la serie de cuentos sobre las casualidades me ha expresado que: “no hay casualidades, solo causalidades”; es decir todo ocurre como consecuencia de algo, está determinado por motivo, ley o Ente Superior para que suceda de la manera como acontece. Me han comentado también que efectivamente para describir en un modelo matemático los atributos de cada una de las partículas cuánticas del universo (posición, masa, carga, spin, velocidad) harían falta muchos bits de información por cada ente subatómico, resultando entonces que la memoria necesaria para conservar los datos sería más grande que el universo mismo.
 

Comencé a esbozar el siguiente experimento imaginario en aquella plática que sostuve con mi padre sobre los 1000 lanzamientos del dado. En un recipiente cúbico de vidrio lo suficientemente grande, digamos del tamaño de una habitación, se extrae todo el aire hasta lograr el vacío. Seleccioné vidrio para permitir que pueda observarse su interior. El tamaño es necesario para evitar que el dado que soltaremos golpeé, después de rebotar, contra alguna de sus paredes, eliminando así esa variable. La superficie inferior estaría recubierta de un material uniforme; por ejemplo, uno de esos modernos revestimientos desarrollados por la tecnología con fibras de carbono. El propósito de tal recubrimiento es buscar que la fricción que la superficie presente a nuestro objeto sea lo más uniforme posible. Colocamos luego un brazo pendiendo del centro de la superficie superior con una pinza de delgados sujetadores mecánicos en su extremo. Y la hacemos descender más allá del centro de nuestra habitación de vidrio. Muy cerca de la superficie inferior sería más conveniente. Recuerde, el lector, que buscamos evitar que el dado adquiera tanta energía cinética que pueda llegar a tocar cualquiera de las paredes. Un dispositivo electromecánico permite abrir y cerrar la pinza. Colocamos después en nuestra pinza un dado como aquellos de los juegos de azar, aunque los números en nuestro dado estarían pintados y no labrados para evitar posibles modificaciones a la distribución del peso. El dado deberá haber sido fabricado con un material igualmente homogéneo, o sea, que no presentará burbujas en su interior ni tampoco cambios de densidad. Una cámara de cine de alta velocidad completa los equipos en nuestro experimento. Ella filmará el desarrollo de los eventos a través de alguna de las paredes transparentes permitiéndonos complementar nuestra limitada visión. ¿Ya tiene el lector la imagen en su cabeza? Entonces procedamos. Accionamos el mecanismo que abre la pinza, el dado cae acelerado por la fuerza de gravedad y golpea un punto en la superficie con alguna de sus aristas o ¿fue quizás con alguno de sus vértices? No pude verlo. El dado rebota por la energía cinética adquirida en la caída y rebota en la dirección que indica el eje que debe haber existido en el momento del impacto entre el punto de contacto con la superficie y el centro de gravedad de nuestro dado. ¿Pero fue una arista o fue un vértice? No nos perdamos ahora con preguntas, pues nuestro dado sigue rebotando. Cada vez el dado rebota menos alto. Se debe a que en cada impacto parte de su energía ha sido transformada en fricción y calor con la superficie golpeada. Ha realizado tres o cuatro brincos. Tras el rebote final, ha terminado rodando cuando la energía cinética remanente ya no fue suficiente para elevar al dado. Anotamos el número que ha quedado en la cara superior cuando el dado queda completamente quieto. Ha sido el cuatro. Volvemos a colocar el dado en los delgados sujetadores mecánicos de la pinza. Lo hacemos con suma curiosidad y cuidado, pues queremos que quede de exactamente la misma forma como el anterior lanzamiento. Ya está, parece que lo hemos logrado. Activamos nuevamente nuestra cámara de alta velocidad y abrimos la pinza. El dado vuelve a ganar velocidad por acción de la gravedad y en el instante de tocar la superficie tiene exactamente la misma energía cinética que en la ocasión anterior; pero, un momento, nuestro dado no ha rebotado en la misma dirección que la vez anterior y tampoco la cara mostrada al final de su recorrido es el número cuatro. ¿Qué ocurrió diferente? Revisamos las grabaciones de alta velocidad cuadro por cuadro y lo descubrimos. Nuestra posición inicial no fue precisamente la misma. Volvemos a intentarlo. Utilizamos ahora tres rayos láseres para lograr colocar el dado en exactamente la misma posición inicial del primer lanzamiento dentro de la pinza. Proyectamos con los rayos sombras contra moldes fijados al vidrio del recipiente que, cuidaremos, empalmen en cada nuevo lanzamiento. Lo conseguimos. El dado ha vuelto a caer mostrando el número cuatro. Repetimos el experimento con nuestra misma meticulosidad y obtenemos nuevamente el cuatro y el cuatro también en el siguiente lanzamiento. Y el cuatro nuevamente en el sexto intento. ¿Qué sucedió con la teoría de las probabilidades?

 

Sucedió que hemos controlado todas las variables del fenómeno y entonces con una grandísima frecuencia el dado caerá mostrando el cuatro. Esto sería equivalente a “cargar” el dado insertando una placa metálica detrás de la cara del número tres provocando con el peso adicional una mayor frecuencia de aparición de la cara cuatro.

 

Continuemos nuestro experimento. Ahora modifiquemos una sola de las variables del conjunto a la vez. El lector puede elegir entre la presión del aire contenido en la caja, la fricción de la superficie, la altura del brazo o la posición inicial de sus caras en la pinza sujetadora. Podremos con ligeros cambios en la variable seleccionada obtener estadísticamente ecuaciones empíricas que permitan calcular con gran certeza la cara que caerá en cada intento cuando modifiquemos esa variable en particular. Repitiendo este proceso para las restantes variables que intervienen en el experimento, nuestro juego de ecuaciones quedará completo. Finalmente, sin “cargar” nuestro dado podríamos predecir qué cara mostrará el dado al final de su recorrido con buenas posibilidades de acertar.

 

Si la probabilidad es entonces sólo una percepción de la mente, una simplificación educada de un problema complejo; si todos los problemas estocásticos pueden ser resueltos de un modo similar al planteado en el anterior experimento imaginario; si todos los fenómenos en el universo están gobernados por leyes físicas, entonces no existen los fenómenos multisecuela. Ellos son sólo consecuencias que no somos capaces de calcular por desconocer los valores iniciales de las variables que intervienen y, quizás también, por carecer de los medios de cálculo suficientes.

 

Y entonces, si las leyes físicas se cumplen como para saber en qué segundo de mi cronómetro la bola de hierro que ha soltado Galileo desde el tope de la torre de Pisa tocará el suelo; y en qué hora, minuto y lugar se oscurecerá el cielo por un eclipse solar. Si las leyes gobiernan hasta los electrones en cada molécula de cada célula de mi cabeza y de mi cuerpo, es posible calcular lo que pienso y lo que siento, lo que pensé y lo que sentí, lo que pensaré y lo que sentiré en cada momento de mi historia aunque no cuente con las herramientas para hacerlo. Y entonces aunque no exista ni pueda construirse la computadora capaz de resolver cómo nació el universo y cómo se extinguirá, de todas formas todas las secuelas de los fenómenos a nuestro derredor habrían sido determinadas en el nacimiento mismo del todo. Y nos encontraríamos de regreso en el determinismo. Estaríamos de vuelta en que mis decisiones y todas mis acciones, así como las decisiones y acciones de todas las demás personas, animales y cosas fueron previamente establecidas. Todos los eventos que me han ocurrido hasta ahora ya estaban escritos. Si estudiaría física, ingeniería o ambas; si Guadalupe aceptaría convertirse en mi esposa; si engendraríamos dos hijos, tres o seis. Y así también estarían igualmente escritos los eventos que aún están por ocurrir. Si me divorciaré de mi esposa, pues mi testarudez y su escasa intolerancia no serán suficientes para vencer a los hados; si terminaré la quinta novela y si la novela podrá cambiar la apreciación que el lector pueda tener sobre esta idea chocante. Idea en la que nada aportamos nosotros al universo y somos tan solo sus marionetas. Idea que inevitablemente nos llevaría hacia abandonarnos a las causalidades y acabar seguramente en una depresión como la que agobió a William James por tantos años.

 

Me rebela el pensar que la realidad es sólo la proyección de una película previamente filmada donde no existe el libre albedrío ni somos artífices de nuestras historias, y en la que todos estamos encadenados por invisibles grilletes (que he llamado incorrectamente karma) a un escenario y a una representación teatral donde el argumento, los diálogos y el desenlace son obra de un autor maquiavélico llamado, tal vez… destino. Si las leyes físicas lo gobiernan todo o si un Ser Superior decide los desenlaces resulta finalmente en la misma triste conclusión en la que yo nada aporto a la evolución del universo. ¿Habrá algún medio por el cuál la consciencia recobre el poder de intervenir en el devenir de los eventos? No dejen de leer la quinta novela.

 

Glosario

 

Estocástico, dícese de los procesos cuyo desenlace está sujeto al azar.

William James, filósofo y psicólogo estadounidense del siglo xx, fundador de la psicología funcional.

 

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