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Trances hipnóticos

Este cuento que acabo de escribir inspira varias aventuras y situaciones de la novela quinta de la saga. Novela que todavía se encuentra en la fase de planeación.

 

Cuando llegamos de visita a la ciudad donde viven mi hija y su familia, mi nieto se encontraba de vacaciones. A los pocos días festejamos su séptimo aniversario. Después él volvió a clases. Caminábamos juntos el recorrido de ida o vuelta a la escuela por las mañanas y por las tardes. Los martes y jueves, por la noche, también lo hacíamos para sus lecciones de música. Para amenizar los recorridos inventamos aventuras imaginarias. Inventamos una escabrosa travesía por el ártico, una riesgosa escalada a una alta montaña y una no menos peligrosa caminata por el espacio. En todas debimos protegernos del frío del ambiente para evitar la muerte (pues el frío del invierno sí que era real). Pero a mi nieto lo cambiaron de escuela, así que los últimos viajes juntos tuvimos que montar un transporte urbano. El autobús se convertía en trineo o en nave espacial para que nosotros pudiéramos continuar en las aventuras.

 

En un par de ocasiones mientras viajábamos en nuestro vehículo me volví a mirarlo. Su cara carecía de expresión, semejaba la faz de una escultura de mármol. Todas sus facciones estaban relajadas. Parecía un monje en profundo estado de meditación. Estaba como dormido con los ojos abiertos. Le hablé. Él no contestó. No parpadeó siquiera, como si no hubiera escuchado. No insistí pues no quise perturbar sus pensamientos cualesquiera que estos fueran.

 

En los niños hasta los seis años de edad se presenta un estado cerebral de ensoñación que se caracteriza por ondas theta. Es un estado similar al que alcanzamos los adultos cuando imaginamos, meditamos o soñamos. Es un trance parecido a la hipnosis en que el cerebro se encuentra reuniendo información del entorno y construyendo circuitos neuronales sin el filtrado y la interferencia de la lógica y del razonamiento. A partir de los siete años de edad y hasta bien entrada la adolescencia los niños repiten esta conducta aunque en el cerebro está ocurriendo un proceso diferente. El cerebro destruye las interconexiones que no necesita. En la escuela todos hemos escuchado la crítica de algún maestro: “acaso estás pensando en la inmortalidad del cangrejo”. Se llama poda sináptica. Aprendí esto en un libro que me ha regalado mi hermana Eunice (Conecta tu cerebro, La neurología de la iluminación de David Perlmutter y Alberto Villoldo, doctores en neurología y antropología médica). Jamás imaginé que sería testigo de esos procesos en mi propio nieto.

 

No sé cuál de esas transformaciones él realizaba en aquellas ocasiones en el autobús; pero lo que sé, gracias al libro que Eunice me regaló, es que aquella era una actitud necesaria para la salud de su cerebro. He leído en varios libros, incluido el mencionado antes, que diez minutos de meditación, todos los días, promueven un entorno que ayuda a sanar las mitocondrias de las neuronas y de todas las células del cuerpo.

 

No sé si mi nieto continuará entrando en estos trances hipnóticos. Ya lo contaré en las siguientes visitas que le hagamos. Pero me dedicaré con ahínco a aprender a hacer eso como lo hace el maestro; así como he aprendido de él a beber agua-fresquita-mamí. 

 

Este es el dibujo de la estación espacial que mi nieto elaboró tras la aventura de la caminata por el espacio.

Estructura de una mitocondria.

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