top of page

La siguiente cumbre

Le escuché a mi padre en varias ocasiones narrar una anécdota familiar de la que conservo solamente el recuerdo implantado por la imaginación, pues a pesar de ser protagonista ya he olvidado la experiencia. Él relataba que teniendo yo cuatro años, me colocó de pie en la orilla de la mesa del comedor y dando un paso atrás dijo:

 

―Anda Moncho salta, yo te atrapo.

 

Contaba que estiré los brazos en su dirección, pero no salté. Así que insistió con voz cariñosa, alentándome:

 

―Vamos Moncho, salta.

 

Vacilé. Él dijo entonces:

 

―Vamos, acaso no confías en tu padre.

 

No obedecí su mandato. Mi cara se descompuso, se arrugó en gesto de angustia y casi llegando a las lágrimas dije:

 

―No, poque m-caigo-m-rompo-m-cabeza.

 

En la familia aquella anécdota se convirtió en ejemplo de cobardía y de falta de coraje. Mis hermanos repitieron la frase muchas veces para ilustrar situaciones de excesiva prudencia.

 

Muchos años después, mi padre platicó una fábula en la que un hombre había invitado a su hijo adolescente a acompañarlo por un intrincado recorrido. Llegaron hasta una saliente. Con evidentes esfuerzos el hombre descendió la elevación y, estando en el fondo de aquella cañada, invitó a brincar a su hijo. El muchacho vaciló. El hombre insistió:

 

―Acaso no confías en tu padre.

 

El muchacho saltó y el hombre, en vez de atraparlo como había prometido, se hizo a un lado. Cuando el joven, con la nariz sangrante, se volvió desconcertado a mirar a su padre, aquel hombre dijo en tono de advertencia:

 

―Eso es para que aprendas a no confiar, ni siquiera en tu padre.

 

Jamás pregunté a mi padre si él me habría dejado caer de la mesa o me habría atrapado en el aire. No sé tampoco si mi padre inventó aquella fábula, o la escuchó en versión diferente, la trajo a casa y la contó para mitigar mi desprestigio; o si tal vez él la conocía antes de colocarme en la orilla de la mesa y pretendía con el desenlace enseñarme a valerme por mí mismo; o quizás para, atrapándome en el aire, demostrarme su cariño. 

 

No haber brincado desde la mesa y no haber preguntado a mi padre su intención son dos desafíos cuya conclusión, por excesiva prudencia, nunca conoceré al no haber corrido el riesgo de obtener resultados desfavorables.

 

Con salto o sin él, habiendo escalado las catorce cumbres ochomil o habiendo desarrollado acrofobia en la infancia, mi nuevo reto, mi nueva cumbre por escalar es ésta de hacer públicos mis escritos.

 

bottom of page