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La magia de Ramón

 

Recibió del hermano de su padre la oportunidad para ingresar a una escuela militar. Sus ojos se abrieron azorados, podría ser piloto de guerra como tantas veces, en su infancia, había soñado. Sintió que sus pies abandonaban el piso. Su cabeza ya estaba volando cuando él aún no se había presentado a obtener los requisitos. Se obligó a volver los pies a la tierra, ya no se consideraba un niño. Para no arruinar tan singular oportunidad, decidió presentar el examen en dos escuelas militares cuyas fechas y requisitos no se interfirieran. Por supuesto, una de las elegidas fue la escuela de aviadores. Pasó las pruebas de admisión en ambas academias, pero fue rechazado en la revisión médica en la escuela del aire. Su estatura no alcanzaba, por un centímetro, el mínimo requerido. Ingresó a la escuela militar de transmisiones. Su inteligencia y tesón lo llevaron a graduarse como ingeniero con las mejores calificaciones. Alguna vez confesó que debió esforzarse mucho para lograrlo, tuvo compañeros muy dedicados y competitivos; alguno, incluso, poseía memoria eidética. Eran los tiempos de la guerra fría. Las potencias del mundo jugaban peligrosa e insistentemente con ensayos de energía atómica. El ejército requería físicos con urgencia, así que fue emitida una convocatoria dirigida a los alumnos más destacados de todas sus escuelas para realizar tales estudios. El recientemente graduado y recién casado teniente de transmisiones fue uno de los poquísimos elegidos. Nuevamente inyectó a su esfuerzo estudio y dedicación. Su habilidad para relacionar conceptos abstractos entre sí y entre ellos y los sucesos cotidianos le valieron una invitación por parte de la dirección de la facultad para impartir cátedras en los niveles básicos, cuando él aún no había concluido los niveles avanzados. Fue así como inició su desconocida-para-todos vocación como catedrático. Su capacidad para el estudio, su curiosidad científica y su constancia lo llevaron a obtener no sólo el título de físico teórico y la medalla al mejor estudiante de la facultad, sino también el premio a la excelencia académica de la universidad, una de las más grandes de Latinoamérica, y una invitación para proseguir un doctorado en física. Pero Ramón ya era padre de dos niños, dos niñas y una tercera que venía en camino. El monto de la beca ofrecida era insuficiente para sostener a una familia de ese calibre. Declinó el ofrecimiento y continuó impartiendo cátedras en su facultad materna y más tarde también en su escuela de transmisiones y en las escuelas superiores del instituto politécnico. Dictó, por invitación, cursos y seminarios sobre diversos temas en muchas otras universidades, incluidas varias extranjeras.

 

Fueron muchos los alumnos a los que orientó o, según sus propias bromistas palabras, a los que “amplió sus dudas”. La magia de Ramón creció con el tiempo. Muchos alumnos miraron los nítidos pizarrones llenos con fórmulas que él dejaba tras cada clase. Cientos de anécdotas se cuentan sobre la cantidad de alumnos que atendieron sus cursos en sus más de treinta años como catedrático. Entre ellas, mi esposa platica que estando en el local de un fotógrafo al que acudió para obtener unos retratos, le llamó la atención una vieja foto de Ramón en el exhibidor. El dependiente comentó que quitaba y ponía muestras, pero conservaba esa por el gran número de personas que reconocían “al profesor”. Guadalupe también cuenta que estando en un comercio, por razón que ya no recuerda, mencionó el nombre de Ramón. Al momento un hombre la abordó para conocer el parentesco que ella guardaba con “el maestro”. Pero la magia de Ramón no consistía en la cantidad de alumnos impresionados por sus vastos conocimientos, sino en la facilidad que tenía para enseñar. Se dice que Ramón era capaz de transmitir el conocimiento de una manera amena y sencilla, que él era capaz de hacer comprender a un alumno todos los secretos de una materia en un solo día, que podía hacer sentir inteligentes a sus discípulos y motivarlos para actuar como tales. Estas aseveraciones se convirtieron en leyenda y como tal, muchos dudan de su veracidad. Yo por mi parte testificaría, sin empacho alguno, que esas afirmaciones son ciertas y en ningún grado exageradas. Mi esposa también está dispuesta a testimoniar lo mismo. Ambos somos alumnos de Ramón de un-sólo-día. Yo recibí de él, en una sola sesión que duró apenas unas pocas horas, los secretos y la confianza para entender la trigonometría; y en otra, unos años más tarde, para comprender la geometría analítica. A mi esposa le ocurrió lo mismo con el álgebra, la física y la química.

 

La novela de El cazador de rayos, que ya se encuentra a la venta, preservará, por el tiempo que el libro digital ronde internet, ese secreto sueño de Ramón de ser piloto militar que lo llevó a convertirse en físico teórico y en el camino le permitió descubrir su magia personal.

 

Novela póstuma de Ramón.

Ramón

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