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Ideas inspiradoras

En tiempos de desasosiego social parecería intrascendente escribir sobre estrellas y civilizaciones avanzadas. Sin embargo, cuando el desaliento generalizado se hace evidente, cuando los disturbios multitudinarios proliferan por doquier, cuando la falta de verdadero liderazgo deja en manos de los intereses mezquinos las carencias de las muche-dumbres; cuando los hombres bajamos la vista para ver, en cada paso, sólo nuestros pies y olvidamos alzarla para mirar hacia dónde lleva el camino es precisamente cuando más necesitamos de las ideas inspiradoras. En tiempos como estos, las personas verdaderamente religiosas se acogen a sus creencias con fervor intensificado. Pero, ¿qué sucede con las personas no religiosas, o las personas religiosas que no lo son tanto, o aquellas que a causa de instituciones desgastadas han empezado a dudar de sus convicciones? Esas personas, desafortunadamente en su gran mayoría, quedan abandonadas a su suerte, olvidadas en su personal océano de inquietudes, listas únicamente para zozobrar; resignadas en algunos casos, mustias y yertas en otros. Seres que caminan por la calle sin esperanza, sin ilusiones, sin proyectos. Ocurre entonces que un ingenuo niño pasa corriendo junto a esa hilera de caminantes autómatas. Pasa golpeándolos inadvertidamente o quizás como juego mientras repite casi cantando una inocente frase pegajosa. La frase, los golpecillos, el tono infantil de la voz o la combinación de todo consigue arrancar de su marasmo a alguno de tales aturdidos transeúntes que empujado por la frase pegajosa consigue hilar ideas inspiradoras. Esta saga de novelas pretende ser esa ingenua voz de niño.

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