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Faz de mármol

 

Este invierno nuevamente visitamos a nuestra hija y su familia. Guadalupe estaba ansiosa por convivir nuevamente con nuestro nieto. “¿Lupis, por qué mejor no venís en verano?” ha preguntado él y yo hago la misma pregunta. Aunque la evidente respuesta de menores tarifas aéreas brinca de inmediato. La ciudad donde habitan nos recibió con un clima frío. Tuvimos muchos días sin sol y algunas lloviznas incómodas. El día de nuestra llegada fue el más frío y también el día que no tuve el tino de vestir ropa abrigadora. Ese día lo padecí de verás. Llegué a pensar que mi pronóstico de un clima desmotivador sería acertado. Mi nieto enfermó. Tuvo fiebre y mucha tos. Tres días no asistió a la escuela, así que tuvimos oportunidad de jugar juntos muchos juegos. Inventé para él: encontrar la ipod con los ojos vendados en una habitación a oscuras guiados únicamente por el sonido proveniente de los audífonos. Él inventó: descubrir la carta faltante de entre 32 naipes expuestos sobre la mesa, de los que se ha retirado sólo uno, usando para conseguirlo únicamente la memoria. Mi nieto es inteligente, no más que otros niños, pero lo suficiente como para convertirse en genio-pasando-inadvertido. Jugamos espadazos, con largas armas láser de plástico, pues él es admirador de la saga de Star Wars. Leímos libros de ciencias e historia. A mi nieto le encanta escuchar cómo eran antes las cosas. Ya lee y lo hace muy fluido, por lo que esta vez nos turnamos para recitar diferentes párrafos. Su abuela y su madre también participaron. Ellas también inventaron pasatiempos. Jugamos a dígalo-con-mímica, a describir películas contando sólo algunas escenas, a identificar un personaje de la vida real o de la fantasía por sólo sus características o sus proezas. Jugamos también videojuegos y en cada misión lo desafié para calcular mentalmente cuantos objetivos faltaban por derribar restando de la meta los adversarios abatidos. En nuestros viajes a la escuela, fingimos ser ninjas en misiones suicidas y también buzos caminando por el lecho marino. Las lloviznas ayudaron para hacer parecer al autobús como un real submarino. Él aún se desconecta mostrando su faz como escultura de mármol mientras mira lontananza por la ventana del vehículo, pero si le hablo ya se vuelve hacía mí para sonreír. Todas las noches, antes de dormir, su padre le lee un capítulo de alguna novela. Ahora le está leyendo La Isla del Tesoro. En resumen: jugamos y nos divertimos tanto como pudimos. Un nuevo nombre gané en este viaje: mi nieto ha decidido llamarme Ramonito. Por el esfuerzo invertido, tratando de seguir el ritmo a un niño de ocho años, considero ese nombre más preciado que título nobiliario.

 

Noticia que mi nieto presentó en su escuela. Dice: "Se han ido mis abuelos y los echo de menos. Se han ido en avión que los lleva a su casa." Las ilustraciones son: un avión surcando entre nubes y él y su madre, asomados por la ventana, mirando un taxi que se aleja.

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