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El origen de los nudos - parte 1

 

Publico este cuento pues mi esposa, en alguna ocasión, me comentó que pudo observar a un hombre que se apoyaba en un barandal y estiraba su espalda del mismo modo como yo hago. Tal vez a alguien le sirva esta experiencia.

 

El primer evento ocurrió hacia 2004. Un año más tarde padecí el segundo. Otros eventos se sucedieron. Los lapsos entre un evento y el siguiente se fueron acortando. Llegaron a ser tan frecuentes como uno cada cuatro meses. Se hicieron tan comunes que llegué a acostumbrarme a ellos y comencé a pensar que su intensidad aminoraba. Cuando se presentaban, los músculos de la región lumbar se contraían súbitamente y una corriente eléctrica sacudía toda mi espalda. En las primeras ocasiones, las contracturas fueron tan intensas que caí al suelo de rodillas. Desde el primer evento, comencé a poner en práctica los consejos de las personas allegadas dando tiempo a cada recomendación para demostrar su efectividad en la cura del padecimiento o la falta de ella. Discriminé, por supuesto, aquellas sugerencias que me parecieron poco científicas o demasiado descabelladas. Primero intenté ejercicios y vitaminas. Al principio pareció que tal era la cura atinada, pero el tiempo se encargó de demostrar lo contrario. Luego siguieron las compresas calientes y frías alternadas; los estiramientos que aparecieron instintivamente; el uso de fajas, recomendación de mi esposa. Luego vinieron las consultas médicas que desembocaron en el uso de medicamentos; las radiografías que llevaron a plantillas en los zapatos; las fajas con imanes, sugerencia de mi hermano. Más tarde intenté imanes de mayor intensidad; observancia estricta de no cargar objetos pesados y corregir la postura al caminar, al sentarme y al permanecer erguido. Siguieron muchos remedios caseros. Cambié a medicamentos diferentes. Cada nuevo intento parecía en un principio lograr el alivio buscado, pero luego el tiempo demostraba que aquella mejoría había sido solamente efecto placebo. Sólo los estiramientos lograron el único consuelo con que contaba tras tantos infructuosos intentos. Surgieron de instintivas contorsiones realizadas intentando escapar de las molestias. Perseveré ejecutándolos porque un quiropráctico me recomendó ejercicios similares. Ellos son distensiones en el interior de mi cuerpo que consigo sujetándome a un barandal, apoyándome en un mueble, inclinando la cabeza hacia los lados, estirando la espalda, torciendo el torso, alzando los brazos por encima de mi cabeza. El poco-duradero alivio alcanzado con estos estiramientos y los rotundos fracasos con los otros tratamientos estaban haciéndome perder el buen ánimo.

 

Un día, en visita al dentista pedí al odontólogo que destapara la amalgama de una pieza molar, pues sospeché que los dientes estaban relacionados con las molestias en el cuello. Había conjeturado haciendo memoria que el padecimiento en mi espalda baja y el dolor en los dientes estaban relacionados. Nada anormal encontró el dentista bajo la amalgama.

 

Las contracturas se extendieron de la zona lumbar a la espalda media. Surgió más tarde la ciática y calambres frecuentes en las piernas. Estaba, también, perdiendo progresivamente la movilidad. Uno a uno descarté los remedios. Uno a uno deseché también medicamentos que doctores y amigos habían recomendado. De todos los tratamientos intentados sólo los estiramientos proporcionaban un alivio consistente aunque efímero.

 

Algo dentro de mi cuerpo formaba nudos y no tengo certeza de que tales ocurrieran en ganglios, nervios o músculos. Lo sé pues los he tocado, son el foco de los malestares. Alguna vez mi esposa disolvió con masaje un nudo que detecté en la espalda media aplicando con energía un ungüento para malestares musculares. En otra, yo conseguí lo mismo en otro nudo que encontré en la zona alta de mi espalda. Deduje que el estrés era el origen de aquellos nudos; pues nunca aprendí a manejarlo y las molestias, que acumuladas desataban a las contracturas, nacían a partir de algún período de intensa tensión nerviosa. Los dolores comenzaban primero en mi cuello y se manifestaba después en otras regiones de mi espalda. Aunque cuando las situaciones estresantes terminaban, los nudos, más pertinaces, permanecían causando malestar. En un momento cuando, olvidado de las padecidas contracturas, realizaba algún movimiento apenas brusco las molestias todas convergían en algún punto de la espalda para disparar el doloroso e inoportuno evento. Tenía que demostrar que esta deducción era acertada, primero; y debía discurrir como resolverlo, luego; y no tenía la más remota idea de cómo lograr aquello. Ya había agotado todos los posibles tratamientos. 

 

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