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El origen de los nudos - parte 2

 

Cuando iniciaba la tercera edad, Mamalupa, como cariñosamente llamaban a mi suegra algunos de sus nietos y varios de sus allegados, escuchó de una de sus muchas amistades la observación de estar encorvando notoriamente su postura. Ella tan preocupada siempre de su salud física y emocional y tan perseverante en cuestiones de auto-superación no tardó mucho en idear la forma de componer el defecto. No fue necesario acudir a un quiropráctico, después de todo como ella solía decir “quién fue el primer psicólogo del mundo”. Tomó un rodillo de cocina y aplicó masajes enérgicos a la parte donde se unen el cuello y la espalda. Todos los días, varios minutos, durante un tiempo que solo ella conoció, realizó su autoimpuesta terapia. El remedio tuvo éxito. Hasta el día de su muerte la postura orgullosamente erguida de Mamalupa fue motivo de admiración por propios y extraños.

 

―Cuando tengas un padecimiento no recurras a internet―, me había recomendado mi padre, ―sólo conseguirás agravarlo en tus temores―, aunque lo dijo con su mirada mordaz y su sonrisa burlona. Yo sabía que él había consultado todas las páginas web sobre el liposarcoma que lo aquejó durante once años y él sabía que yo sabía esto.

 

Recurrí a internet. Allí aprendí el nombre de mi padecimiento, pero poco encontré para su cura que no hubiera intentado ya. Meses más tarde, me topé con un artículo en un número de la revista National Geographic. El artículo mencionaba la experiencia de un médico que había curado su espondilitis anquilosante mágicamente tras ser picado por un alacrán de la especie centruroides sculpturatus. Yo relacionaba mis contracturas con descargas eléctricas, pues en ocasiones los estiramientos lograban desplazar el nudo del malestar de una región en la espalda a otra.

 

―Es como un fluido denso que se mueve dentro de mí, es como un foco de carga electrostática que cambiara de lugar―, mencioné a mi esposa.

 

Pensé entonces que no había sido en sí el veneno del alacrán lo que curó al médico del artículo de la revista, sino una abrupta compensación eléctrica provocada por el veneno. Diseñé un experimento, me sometería a descargas eléctricas utilizando para aplicarlas una caja-de-choques como las que utilizan los muchachos para poner a prueba la docilidad y resistencia de sus compañeros. Obtuve en internet el diagrama eléctrico de una de tales cajas y la lista de componentes electrónicos. Había programado la fecha para la compra de los materiales cuando estando de visita en casa de mi cuñado, sentí una molestia en el cuello más aguda que las acostumbradas. Un impulso me hizo recoger de un rincón un palo de escoba y sujetándolo con ambas manos lo paseé por mi nuca de arriba-abajo y de abajo-arriba con apenas una pequeña presión. Ocurrió, con el masaje, un ligero alivio como aquellos de los estiramientos.

 

Al día siguiente un rayo de intuición interrumpió mis cavilaciones extraviadas en otro tema:

 

―Y si la postura mórbida incipiente de Mamalupa se debiera a mini-contracturas indoloras; y si ella padeció lo mismo que yo y encontró una cura con su perspicacia―, me cuestioné a mí mismo.

 

Robé el rodillo de cocina de mi esposa e inicié una terapia de masajes en el pescuezo. De inmediato detecté tres nudos en la nuca, como topes se interponían al deslizamiento uniforme del rodillo. Luego de unas pocas semanas, realizando mi autoimpuesta terapia de diez minutos diarios, dos de ellos habían desaparecido. Y con ellos desaparecieron los malestares en la región lumbar y se habían reducido hasta una molestia muy tolerable las dolencias de la espalda media. Ahora que escribo esta nota tengo ya quince meses aplicando tal tratamiento. Aún hago estiramientos con la espalda pero no he padecido contractura alguna. Han desaparecido la ciática y los calambres. Todavía siento un nudo pequeño en la zona, en el lado derecho del cuello hacia el centro de la nuca, cuando paseo el rodillo enérgicamente; pero sé que estoy en el rumbo correcto. Ya no siento dolor en los dientes y he recobrado la movilidad, el ánimo y la energía. No aconsejo de manera alguna este tratamiento para personas aquejadas con este mismo mal. Yo, no soy médico.

 

Artículo sobre venenos aparecido en el fascículo de febrero de 2013 de la revista National Geographic

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