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El mundo al revés

La profesión me llevó a Brasil y me retuvo en sus bellas y exhuberantes tierras el tiempo suficiente para que pensara en aprender el idioma. Escribí, allá, esta historia motivado por las dificultades que experimenté en el intento, a pesar de ser lenguas muy similares: la mía nativa y el portugués. 

Me despedí de mis hermanos con la promesa de mantenerme en contacto. El correo electrónico, confiaba, salvaría el abismo. Les dije, antes de saber adónde dirigía mis pasos, que era un viaje muy largo, tanto, que volver me tomaría cosa de un año, tanto que zarpaba en invierno y arribaba en verano.

 

―Los brasileños caminan con la cabeza donde nosotros tenemos los pies, o casi―, bromeaba yo ignorante de mi real destino.

 

―Para obtener este empleo me preguntaron cuanto tiempo podía estar atento con la sangre en el cerebro. Como contesté que mi atención no varía estando en el estado que esté me entregaron un boleto y me mandaron a Sao Paulo―, proseguía en mis ignorantes mofas.

 

Llegué con un nudo de emociones y un bagaje de dudas. Todas mezcladas y confundidas. Desde: alcanzarán los salarios para manutención y gastos, hasta: podré comunicarme en este idioma raro. El corazón me daba vuelcos y no se trataba de infartos. Las interrogantes eran muchas, más de las que yo lograba darme cuenta. Por mencionar algunas que ahora llegan a mi cabeza: serán los brasileños individuos amigables, serán mis compañeros de trabajo personas atentas, podré llevarme bien con mi nuevo jefe, lograré alcanzar las metas. Pasando por la salud: qué tal si el corazón se pone necio y los vuelcos se tornan malignos. Qué tal si el clima, qué tal si el hospedaje, qué tal si los alimentos. Y a todo ello se sumaba el estrés por los proyectos que, se supone, vine a administrar.

 

Con las semanas, las incógnitas comenzaron a despejarse y a desmadejarse el nudo de emociones. Con las dudas vueltas a su cauce, no resueltas, no agravadas, pero ya no causando estragos a mi confianza personal, consideré atinado aprender el lenguaje. Estando en un país extranjero es prudente aprender hablar y dejar de señalar los objetos para comunicarse. Hay cursos de idiomas en internet y así uno puede llevar el paso, nada de profesoras enérgicas que quieren ir más rápido y que corrigen malhumoradas toda vez que erramos. Me enrolé en uno y dediqué mis ratos libres a pronunciar con esmero las frases, a memorizar el vocabulario y a buscar relaciones que facilitaran recordar las reglas gramaticales.

 

Pronto descubrí las dificultades que, para las personas de lengua castellana, alberga el portugués, pero me llevo más tiempo darme cuenta que, realmente me encontraba en el mundo al revés. Primero, los nativos de esta lengua arrastran los sonidos de muchas de sus letras al grado que se confunden unos con otros fonemas. Segundo, existen muchísimas palabras similares o idénticas entre los dos idiomas haciendo complicado aprender aquellas que no los son y aún más complicado recordar significados diferentes de palabras iguales.

 

Algunos ejemplos daré para que ustedes me crean. Decía yo que arrastran las letras al punto que se llenan de sonidos similares y no es fácil entenderlos aún menos imitarlos. La carretilla da-de-di-do-du la pronuncian da-ye-yi-do-du. La carretilla ga-je-ji-go-gu la pronuncian ga-ye-yi-go-gu. La carretilla ja-je-ji-jo-ju es para ellos ya-ye-yi-yo-yu. Para compensar, tal vez un poco, no usan la letra ye, creo que habría sido el colmo. Por supuesto que de excepciones están plagadas las palabras así que es necesario memorizar "desde" que se pronuncia "desye" y no "yesye". Y también "podemos" que se pronuncia "podemos" y no "poyemos". Y si no podemos memorizarlas, pues en cantidad son muchas, por lo menos, habrá que traerlas escritas bajo la manga.

 

Otro ejemplo de dificultad fonética: pronuncian la erre gutural, que suena casi como nuestra jota, la doble erre intermedia suena también así; aunque la erre sola entre letras y la erre al final de las palabras las pronuncian, como nosotros: paladar-puntilenguadas.

 

Para aliviar un tanto el aprendizaje de la pronunciación, ellos entienden sin dificultad los sonidos de nuestras letras, pues los sonidos de sus letras suenan igual en los restantes casos. Es posible decir sus palabras con el sonido de nuestras letras que ellos comprenderán ipso facto.

 

Decía también que tienen palabras iguales con nuestro idioma. Unas que significan lo mismo y otras que a pesar de escribirse idéntico o muy parecido tienen significados dispares, haciendo difícil encontrar relaciones para memorizarlas más fácil. Mostraré unos ejemplos. Tantas palabras significan lo mismo que uno se pregunta si "cama" se dice "cama", pues sí; y "almohada" se dice "almohada", pues no, se dice "travesseiro". Y tantas otras se escriben igual y significan otra cosa: como acordarse que "acordar" significa "despertar". "Cedo" significa "pronto"; mientras "pronto", "listo". "Listo" no existe, así que no intentemos pasarnos de ello, pues aquí listo es "esperto". "Roxo" aunque se pronuncia "rosho" es "morado" y "morado" significa "habitado". "Largo" es "comprimento" y "largura" es "ancho".

 

Aunque otras palabras, debo admitir, son sencillas para encontrar vínculos relevantes que permitan evocar el término presto. Les menciono las siguientes: escritório (dónde pones los) es oficina, cadeira (dónde pones las) es silla.

 

Los tiempos de los verbos son también algo confusos, por lo menos para nosotras las personas del castellano: vencemos es vencimos, jogaram es arrojaron. Pero sigamos con las palabras que me han causado dificultad. Arrumar es arreglar. Segurar es sujetar. Ela segura as cadeiras significa que ella sujeta las sillas y por supuesto nunca lo que, sé, pensaría un mexicano: más le vale asegurarlas porque se descuida y se las gano.

 

Pular es brincar, brincar es jugar, jogar es lanzar y lanzar no existe. Precisar es necesitar. Procurar es buscar pero puede ponerse aún pior si no se encuentra a tiempo el diccionario para hallar el término apropiado. Tantas llamadas de atención, recuerdo, de la maestra en la primaria por haber escrito “pior” y ahora resulta que es el término correcto. Tantas reprimendas sufridas por no atinar a escribir “por tanto” y “a través” separadas y ahora descubro, que aquí, se escriben pegadas. Sólo falta que se diga inglesia y menumento pero a esas lecciones aún no llego. Mas cuidado porque pegar aquí significa tomar. Pega-se um taxi, pega-se um metro, pega-se um transporte; pero si se quiere unir dos objetos se deberán colar. Y si lo que se pretende es filtrar un líquido para cernir impurezas, habrá que usar coar.

 

Ya comprenderá el lector que en cuestión de idioma me sentía yo Gulliver en el país de los extraños o Alicia en el país de las incoherencias. Tal vez habría sido mejor y más atinado aplicar a todos los brasileños la exigencia que mi esposa lanzó a una recepcionista:

 

―¿Cuándo va usted aprender el castellano?

 

Un comentario me parece prudente resaltar: ha de tenerse cuidado cuando a una puerta se llega, pues puxe aunque se pronuncie pushe significa jale. Empuje es empurre. Y si la puerta es de vidrio aún mayor cuidado se ha de tener pues la probabilidad es doble de que un anciano se percate que empujas hacia donde se supone que jales.

 

Tras muchas horas de estudio sorprendido quedé cuando mi esposa en un parque detuvo a una pareja de muchachos y les pidió sin reflexión y sin empacho:

 

―Vocês podem tirar uma foto?

 

Para que tantas horas de curso, me pregunté, si el cerebro aprende solo. Tuve que admitir, no sin vanidad herida, que mi esposa es más inteligente.

 

Y andando en el idioma y probando lo aprendido descubrí que los brasileños son un pueblo diferente: en idiosincrasia, en conducta y también en trato. Poseen la actitud inusual de procurar entender a las personas que intentan comunicarse, no importando si lo hacen en español, portugués o una mezcla de ambos. Y también poseen una singular disposición al servicio, están siempre prontos para ayudar a las personas que ayuda precisan. Sus conversaciones también son distintas. Obrigado, de nada, desculpe, com licença son frases que se escuchan con frecuencia, pues aprecian sobremanera las reglas de urbanidad y las buenas costumbres. En varios transportes, he visto a jóvenes brincar para ceder sus asientos a personas mayores, y aun así he leído en alguna revista reproches a las escuelas por estar olvidando enseñar esos valores.

 

Vivir en Brasil, no es aprender un idioma diferente, es aprender a ver al mundo en otra perspectiva. Es imaginar que se está del otro lado de la puerta para poder abrirla... y ceder el paso a un anciano. Es pegar las palabras para expresar una idea y juntarse todos para hacer el trabajo, importando nada si se habla con acierto. Vivir en Brasil es estar dispuesto... pero esperen un momento, meditándolo un poco, desde este nuevo ángulo, desde este lugar donde ahora me encuentro, son ustedes los que miran el mundo incorrecto.

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