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El mapa de un tesoro - parte 4

Siempre hemos tenido creencias diferentes. Tú crees en un Dios que se hizo hombre, yo creo en otro que en poco se parece a nosotros. Tú crees en un paraíso después de esta vida, yo creo que al morir se acaba todo. Tú crees que pedir por otros logra milagros, yo creo que sólo nuestras manos pueden fabricarlos. Tú crees que el cielo es un premio, yo creo que el premio no es un lugar en el espacio, sino un lugar en el tiempo. Tú oras esperando respuesta, yo oro buscando sosiego. Pero estas diferencias, a pesar de lo que cualquiera pudiera sospechar, no nos han apartado al uno del otro, sino por el contrario nos guían juntos y de la mano al mismo templo; tú, para cumplir con tus ritos, yo, para estar de ti cerca. Intercambiamos ideas sobre Dios y el universo con mucha frecuencia. Platicamos de virtudes y de buenas acciones, de actos generosos y de limpias intenciones. Juntos encontramos en la maraña de preceptos y principios de las filosofías y las religiones puntos de coincidencia. Y encontramos también marcadas diferencias entre lo que tú crees y lo que yo defiendo, aunque tales diferencias logran, a pesar de todo, enriquecer a cada uno de nosotros cuando las discutimos.

 

Mas luego que falleció tu madre, te causaba molestia que yo dijera que escuchaba su voz en mi cabeza. Te dolían mis intentos por lograr que tú también la escucharas. Se interrumpió entonces toda discusión sobre temas de creencias. Especialmente aquellas sobre la otra vida. Pretendo con esta carta allanar esas diferencias y tal vez conseguir que, por una vez, me creas. Sí existe un mundo después de la muerte, a pesar de lo que yo haya afirmado siempre. Pudiera ser que lo encuentres en el siguiente párrafo:

 

Cuando me haya ido y pasees por la calle, aún sentirás el viento en tu cuello; pero ya no las caricias de mi aliento. Cuando me haya ido y estés en la cama, tal vez el calor abrace tu cuerpo; pero no del modo como yo te abrazo. Cuando me haya ido y olvides el paraguas, quizás la lluvia toque tus labios; pero no como mis labios suelen hacerlo. Cuando me haya ido y acaso despiertes al alba recordarás entonces seguramente mis palabras, sabrás al fin que existe la otra vida, porque yo seguiré presente en tus memorias. No busques una carta mía cuando yo muera, pues esa carta la estás leyendo ahora.

 

Si no lo has encontrado, si la lectura del anterior párrafo no te ha mostrado un mundo después de la vida; pero si, al menos, ha sembrado en tus convicciones una pequeña sospecha sobre lo que puede ser el cielo; entonces este es, para ti, mi mapa del tesoro. Descubrirás con sus indicaciones, tal vez, esposa mía, que la verdad es una doncella que no suele permanecer en los sitios donde no está presente, también, la duda, su hermana.

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