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El amo de todos los tés - parte 1

Escribí este cuento para Guadalupe hace algún tiempo. Aquí lo publico en dos partes aunque ella lo recibió en fascículos. Debo reconocer que lo he complementado y afinado para esta ocasión. Está inspirado en la biografía de la reina Isabel I de Inglaterra y en El arte de vender de Orison Swett Marden. Tal vez sería pertinente leer antes el cuento de Seudónimo.

 

Un comerciante en especias llegó hasta el santuario de las mariposas monarcas. Con muestras de sus mercancías bajo el brazo y una gran sonrisa en su rostro, se presentó a la responsable de adquisiciones de palacio. Un asomo de mofa se dibujó en la boca de la mariposa cuando el visitante mencionó su nombre. Pero nuestro vendedor no se inmutó y con entusiasmo creciente describió las bondades de sus productos, el atinado precio que ostentaban, la escala de descuentos por volumen, el ventajoso contrato que el cliente recibiría y la cartera y comentarios de los satisfechos compradores. La interpelada, sumamente atareada con otras muchas ocupaciones, asentía solamente con sonidos guturales y movía la cabeza concediendo.

 

―¿Qué le parece si me hace un pequeño pedido sólo para confirmar las verdades que le he descrito? Eso le permitirá valorar mis productos―, dijo el comerciante al final de su presentación.

 

―Me parece muy adecuado,― contestó la lepidóptera y moviendo sus alas y encogiendo sus hombros agregó: ―pero no soy yo quien toma tales decisiones.

 

―Si no es usted, ¿quién entonces?― Pregunto el persistente vendedor.

 

―Pues supongo que la gerente de compras.

 

Con una sonrisa de satisfacción y un cálido apretón de manos aquel abejorro se despidió, no sin antes lograr que la tan ocupada mariposa le concertara una cita con la indicada gerente.

 

Unos días más tarde, nuestro personaje volvió a palacio, muy puntual y vestido con sobriedad, para cumplir su entrevista con la gerente de compras. Encontró a una dama sentada a un escritorio, su cara apenas asomaba tras varias pilas de documentos. Se notaba tan cansada que sus alas escurrían a ambos lados de la silla. Sin embargo, no dejaba de tomar hojas de una pila, leerlas, registrarlas, sellarlas y depositarlas en otra.

 

―Ah, sí, ya fui informada del propósito de su visita―, se limitó a decir sin alzar la mirada hacia su interlocutor.

 

El abejorro se apresuró a mencionar su peculiar nombre como inicio de su presentación, pero antes de que pudiera proseguir, la mariposa le interrumpió:

 

―¡Qué nombre tan poco discreto!

 

Sin dar importancia a la observación, el comerciante se aprestó a describir sus mercancías y colocó su muestrario sobre las inestables pilas de documentos. La gerente, con una mueca de agobio en su cara, volvió a interrumpirle:

 

―¿Ve usted todos estos papeles? Son requisiciones de compra. Tengo muchísimos pedidos por atender. Las mariposas nos preparamos para la migración. Voy a hacerle un favor y voy a ambos ahorrarnos tiempo del que dispongo tan poco. No soy yo quien aprueba los nuevos productos para el inventario. A mí sólo me corresponde procesar estos pedidos y verificar la calidad de los bienes que recibimos.

 

Nuestro comerciante, sin desalentarse, preguntó entonces por el nombre y cargo de quién era responsable de aprobar nuevos productos.

 

―Ésa es labor de la directora de bienes de consumo, supongo―, respondió la mariposa.

 

Él agradeció la información, dejó sobre el escritorio varias bolsitas de especias de su muestrario y solicitó una cita con la mencionada persona.

 

La ansiada fecha llegó y también nuestro personaje, puntual a su reunión.

 

Rió la directora sin buscar ocultar su desenfado.

 

―Ese nombre, sí que me causa gracia.

 

El comentario incomodó al vendedor, pero sin permitir que tal ocasión le causara mella. Hizo su presentación y regaló muestras de sus productos a la directora. La directora torció la boca, agradeció luego las palabras al comerciante. Alabó su buena dicción y con notorio desinterés expresó:

 

―No consumimos, las mariposas, esas mercaderías. Nunca lo hemos hecho.

 

Sin mostrar visos de desaliento, el vendedor se apuró a insistir:

 

―Si las prueban, tengo la plena certeza de que se enamorarán de ellas y no sólo una mariposa, ni dos, ni tres, sino todo el enjambre. Más tarde, para mi beneficio y su deleite, no podrán ustedes prescindir de ellas.

 

―Tal vez,― dijo la directora volviendo la vista a su quehacer, ―pero no soy yo quién aprueba nuevos productos para la colonia.

 

―¿Quién es la persona, entonces, con quien debo entrevistarme? ¿Será acaso el administrador general o tal vez el presidente del consejo?― Preguntó el vendedor ávido de desafío.

 

―Nuestra monarca, seguramente.

 

―¿La… monarca?― Preguntó el abejorro ocultado su vacilación lo mejor que pudo.

 

―Sí, la Reina de todas las mariposas.

 

Perseverante pidió entrevistarse con la soberana. La directora dijo que no le sería fácil lograr que la Reina le otorgara una audiencia. No sólo por la cantidad de asuntos que la monarca atendía, sino también por el poco tiempo restante antes de la partida. El mercader insistió acallando los titubeantes zumbidos de sus alas.

 

―Los abejorros nunca nos rendimos―, se animó a sí mismo mentalmente.

 

―Deberá usted escribir una carta solicitando indulgencia por tal atrevimiento y los motivos para la entrevista. Si la misiva interesa a nuestra soberana, le concederá la audiencia.

 

El abejorro escribió la carta. Se esmeró por describir en poquísimas palabras sus productos, los beneficios que las mariposas obtendrían y las ventajas de aceptarlo como proveedor de tales mercancías. Su destreza era verbal y no fluida en la escritura, pero quedó al final satisfecho con su redacción.

 

―¿Cómo debo firmar esta nota para atraer la atención de la Reina y lograr que me otorgue una audiencia? Debe ser algo gracioso, algo ingenioso, debe ser… Ah, ya sé.

 

El abejorro firmó la nota y la entregó. Muy confiado se retiró tras depositar su papel en manos de la directora.

 

―Si no puedo entrevistarme con la Reina antes de la partida, lo haré a su regreso; los abejorros nunca nos rendimos―, se dijo el vendedor a sí mismo cuando la directora reiteró las pocas probabilidades que tenía de conseguir la entrevista.

 

Santuario de las mariposas monarca en Michoacán, México

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