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Un cuento de astronomía - parte 1

Este cuento ha sido escrito en la Ciudad de México en fechas de invierno. Al acercarse de noche en aeroplano a mi metrópoli he escuchado a visitantes exclamar admirados sobre el panorama que presencian, pues hasta donde alcanza la vista todo es un gran mar de luminarias. Por algo es una de las urbes más pobladas del mundo. No puedo negar que me hace sentir orgulloso el oír tales comentarios, pero la verdad como aficionado a la astronomía tanta iluminación es un molesto obstáculo para mirar el espectáculo que ofrece la bóveda celeste; tanto, que recibe el nombre de contaminación lumínica.

Durante estas fechas del año, en el cielo, aparece Orión, el cazador. Es una constelación con forma de cuadrilátero que contiene tres estrellas menores casi alineadas en su centro. Las estrellas más brillantes de esta emblemática formación son una gigante roja ubicada en el hombro derecho del cazador, con nombre Betelgeuse, y una gigante azul, llamada Rigel, en su pie izquierdo. En el hombro opuesto se encuentra la estrella Bellatrix y en el pie derecho la estrella Saiph. Las estrellas del centro, que delinean el cinturón del cazador, son conocidas popularmente como los tres reyes magos; sus nombres son Alnitak, Alnilam y Mintaka. Al cazador lo acompañan dos perros que, dóciles pero alertas, caminan detrás de su amo. Son las constelaciones del Can Mayor y el Can Menor. Son fáciles de ubicar, pues las estrellas más brillantes de cada una de estas formaciones, Sirio y Procyon respectivamente, dibujan un triángulo casi equilátero con Betelgeuse. La simetría de estos tres astros es tan notable que los apasionados por la astronomía lo conocen como el triángulo de invierno. Sirio, adicionalmente, destaca, pues sólo los planetas son cuerpos más brillantes que tal lucero. Además de los perros, al cazador lo acompañan un par de gemelos aprendices del oficio. Son las estrellas Pollux y Castor de la constelación de Géminis. El grupo ha salido de cacería, esperan obtener una buena caza, pues el invierno amenaza con ser prolongado y extremoso. No tardan mucho en toparse con un toro. “Será una espléndida presa”, piensa Orión y prepara sus flechas, tensa su arco y coloca una saeta en posición. Mientras apunta descubre en la cara de la fiera una marca distintiva. Debajo de su cuerno derecho tiene una estrella de nombre Aldebaran. (Es mi estrella favorita, pues yo nací en el mes de mayo y la tradición zodiacal hace a la constelación de Tauro protectora de los nacidos en este período.) Pero un momento, Orión retiene sus impulsos y no dispara el dardo, el toro no es una bestia salvaje, es animal domesticado; tira, desde los tiempos en que los griegos posaron sus ojos en el firmamento, de un carro cuya Auriga es una doncella de nombre Capella (pronunciado: capela). Una bella estrella que canta, sin ayuda de instrumento, un grandísimo repertorio de coplas. (Se dice, en versiones aún no escritas de este cuento, que el repertorio de Capella lo ha compuesto un grillito mágico de la Tierra.) Rigel, Sirio, Procyon, los gemelos Pollux y Castor, Capella y Aldebaran forman, lo que yo llamo, el hexágono de invierno. En el centro de este conglomerado de constelaciones y estrellas se encuentra nuestra conocida Betelgeuse. Todo el conjunto es visible sin necesidad de instrumento y aún desde nuestra luminosa ciudad. Sólo se requiere que no haya nubes en el cielo. Si voltean a mirarlos cuando hay luna nueva tanto mejor; pero asegúrense de hacer alto. Un agujero o un charco podrían recordarles la regla primera de la astronomía: no mirar al cielo mientras se camina.

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