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Conversación con amigo imaginario

 

¿Qué cómo se platica con un amigo imaginario? He aquí un ejemplo para aquellos adultos que han perdido la práctica. Como todo en la vida, la maestría se logra insistiendo. En las primeras conversaciones de cada nuevo amigo imaginario que llega a mi grupo, yo me siento acartonado; con el tiempo las charlas van ganando fluidez. Por supuesto que las ayudas colaterales son útiles, tengo varias cuartillas de las frases de mi padre que mi esposa y mis hermanos me ayudaron a recolectar y que leo de vez en cuando.

 

―Hoy es tu aniversario luctuoso, padre. ¿Qué haremos?

 

―Gestos y vendemos.[1]

 

―No, en serio. Todos tus aniversarios envío a mis hermanos un correo recordándote.

 

―Oh, verás.[2] ¿Qué tal si escribimos un cuento?― Sugiere él y yo pienso en aprovecharlo para insertar algunas de sus frases.

 

―¿Listo para empezar?― Pregunto esperando con ello motivar que él comience la historia.

 

―Estoy más puesto que un calcetín[3]―, me responde, pero se queda callado.

 

Una larga tardanza ocurre y al fin su familiar voz resuena en mi cabeza:

 

―Tú llevas la voz cantante.[4]

 

Desilusionado por recibir la responsabilidad del cometido y pensativo expreso:

 

―¿Vamos a ver...?

 

―A un hombre con su mujer[5]―, interrumpe él mis esfuerzos por alcanzar la inspiración.

 

―Si no ayudas no distraigas―, le reclamo.

 

―Tú no rebuznas porque no alcanzas el tono[6]―, me reprende.

 

―Ah, ya entiendo quieres que el cuento trate sobre una mujer.

 

―Murió de amor la desdichada Elvira y ni una lágrima asomó a sus ojos.[7]

 

Esperanzado porque él parece haber tomado la iniciativa lo apuro:

 

―Bueno entonces la mujer se llama Elvira y al final de la historia muere, pero ¿cuál será el tema del cuento?

 

―O te aclimatas, o te aclimueres.[8]

 

Hubo un tiempo, tras el infarto, que hablar de asuntos de la muerte o de enfermedades del corazón me alteraba hasta el punto de solicitar que se cambiara el tema de conversación e incluso llevarme a abandonar el lugar de la plática.

 

―¿Lo dices por la personaje o lo dices por mí?― Cuestioné.

 

―A los escritores principiantes siempre hay que darles a escoger: ¿escribes el cuento con cachetadas o lo escribes sin cachetadas?[9]

 

―Entiendo, lo dices por mí, jajaja.

 

―Te ríes de tu suerte tan necia y tan chaparra.[10]

 

―No sé si estás ayudándome o sólo buscas complicar la tarea―, protesto.

 

Un nuevo silencio sucede y, de pronto, una pálida luz ilumina mis ideas:

 

―Ah, ya comprendo,― declaro, ―ya estamos escribiendo el cuento.

 

―¡Claro, Clara![11]―, afirma él en tono condescendiente.

 

―Sólo sigo ligando tus frases, ¿no es eso?

 

―Clarín, clarinete, cabeza de cuete.[12]

 

―Entonces continúo.

 

―Sigue así, igual de aviduz.[13]

 

Me quedo pensativo. No sé qué más escribir. No encuentro que agregar.

 

―Chíflale a ver si sale[14]―, me espeta.

 

―¿Suficiente con este texto?― Pregunto.

 

―Aún le falta un treinta y dos.[15]

 

―Es tu turno de agregar algo―, lo desafío.

 

Tan rápido como un rayo responde:

 

―El otro día que iba por el jardín, un señor le dijo a otro “mira ahí va el papá del autor de la saga de Universos convergentes”, yo me sentí muy orgulloso.[16]

 

Conteniendo las lágrimas, pues los hombres no lloran[17], escribo sus últimas aportaciones:

 

―École cua.[18] No, si yo siempre he dicho que cuando uno es tan inteligente tiene la vida resuelta.[19]

 

―Pero si el cuento lo has escrito tú con tus frases―, protesto tratando de infligirme humildad.

 

―Bueno, pues yo fungí como profesor y eso sí, profesores en México sólo dos: Don Justo Sierra que en paz descanse y no sabía matemáticas y yo.[20]

 

 

 

 

[1] Esta es la frase que mi padre solía responder cuando alguien preguntaba: ¿qué haremos?

[2] Esta frase utilizaba como inicio de alguna explicación un tanto complicada.

[3] Solía decir esto mi padre para avisar que estaba listo para principiar una tarea.

[4] Expresaba frecuentemente papá para azuzar al líder designado.

[5] Frase que utilizaba en las ocasiones en que alguien preguntaba qué veríamos en el cine.

[6] O lo que es lo mismo: eres más burro que un burro.

[7] Cuando alguien en el cine, en la televisión o en una historia moría.

[8] Usaba esta frase significando que uno debía aclimatarse a la situación o fracasar en el intento.

[9] Decía esto cuando alguien no estaba dispuesto a obedecer.

[10] Cuando alguno de los presentes reía sin motivo aparente.

[11] Traducción de afirmativo. Clara era el nombre de su madre.

[12] También decía: “clarín de órdenes”.

[13] Él decía: “estar aviduz” o “ponerse aviduz” como estar o ponerse listo.

[14] Cuando alguien se quejaba de no encontrar algo.

[15] Cuando alguna labor estaba muy próxima a concluir, pero aún le faltaba el remate. (Un treintaidosavo de pulgada es menos que un milímetro.)

[16] Ésta era una de sus frases favoritas para motivar a sus hijos.

[17] Nos decía, a mi hermano y a mí, buscando templar nuestro carácter.

[18] Utilizaba esta frase como sinónimo de “correcto, bien hecho”.

[19] Ésta era otra de sus frases motivadoras.

[20] Decía esta frase con su mirada mordaz y su sonrisa burlona cada vez que consideraba haberse ganado una alabanza.

 

 

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