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Controlando capítulos

Cuando asisto al cine para presenciar una película, suelo ocupar la inactividad en tratar de adivinar cómo ocurrirá el desenlace. Discurro varios posibles finales y les otorgo predilección. Al término de la proyección expreso en tono vanidoso que ya me esperaba yo ese final. En ocasiones, cuando considero que el desenlace es demasiado evidente, me vuelvo hacia mi esposa para susurrarle al oído: “el asesino es el mayordomo”. Lo mismo me sucede cuando leo un libro. Aquellas obras en las que a causa de algún giro inesperado en la trama emergen con un final que yo no tuve contemplado dejan en mis recuerdos una mayor huella.

 

Cuando terminé la primera novela, habiendo perdido a mi mejor consejero científico y literario (mi padre), pedí a otras personas cercanas que leyeran mi trabajo (yo los llamo lectores primerizos). Entre ellos estaban mi hija Fernanda y mi yerno. Recibí de ellos excelentes críticas constructivas. Mi hija detectó una importante laguna en la narrativa. De mi yerno, de quien debo mencionar es conocido guionista y director de cine, recibí una larga lista de detalles que me recomendaba afinar. Luego él se tomó el tiempo para explicarme cómo se planean el guión y la filmación de una película y me regaló dos libros sobre el mismo tema. Dijo que una novela podría manejarse del mismo modo. Y antes de pasar a la mesa y tratar asuntos puramente familiares, expresó:

 

―Voy a agregar, señor suegro, que el final de su novela me dejó gratamente sorprendido y debo confesarle que, a causa de mi formación profesional, no hay muchos trabajos de los que pueda decir lo mismo.

 

Conservo esas palabras, que no me esperaba, como un alentador piropo que utilizo como estímulo cuando hace aparición la pereza. Por supuesto, cabe la posibilidad de que mi yerno haya dicho tal cosa tan sólo para mitigar el desaliento que pudiera haberme producido la tan detallada y extensa lista de observaciones y comentarios que tanto él como mi hija me dejaron.

 

Resolví la laguna que indicó mi Fernanda intercalando un capítulo extra. La novela quedó con un número total de capítulos que mi mente relacionó con el código ASCII de una letra. Me dije a mí mismo:

 

―Si planeando las novelas y delineando la trama por anticipado, como me enseñó mi yerno, puedo controlar el número de capítulos, entonces eso es una herramienta que puede servir a mis propósitos.

 

Pospuse la escritura que ya había iniciado de la segunda novela y me entregué a la tarea de revisar y corregir el primer libro con las observaciones que me hicieron tanto mi hija, su marido como todos los restantes lectores primerizos. Antes de retomar la escritura de "El cazador de rayos" apliqué todas las nuevas técnicas aprendidas.

 

Película La Cebra. En esta, no conseguí discurrir el desenlace.

Código ASCII para el intercambio de información entre equipos electrónicos.

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