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El caballo blanco de Napoleón

 

Una estimada lectora me solicitó que escribiera un cuento sobre alguna experiencia de mi niñez. Aquí escribo el siguiente, espero haber satisfecho su deseo. Por supuesto, las soluciones son invenciones mías; las que ofreció mi padre en mi infancia, ya no las recuerdo. Recomiendo al lector leer antes los cuentos de acertijos.

 

Cuando niños, todos hemos aprendido que ciertos acertijos son sólo preguntas capciosas y que estando alertas a ellas, uno puede verse muy avispado o, por lo menos, no pasar por atolondrado al resolverlas certera y rápidamente. “¿De qué color es el caballo blanco de Napoleón?”, solía preguntarnos mi padre. Y la primera vez nos pilló, a mis hermanos y a mí (aunque creo que no a todos), omitiendo la respuesta evidente que se menciona en la misma pregunta. Pero la segunda… pues también logró desconcertarnos al introducir al problema una nueva variable. “Es castaño”, dijo él, la palabra “blanco” en la pregunta es sólo para despistar. Así aprendimos que sus adivinanzas, como las situaciones de la vida, a veces contienen datos engañosos. La tercera vez que preguntó por el color del animal, ya cuestionamos si se trataba de algún planteamiento tramposo. Papá fue agregando variables a la cuestión y las respuestas a esa pregunta inocente fueron ganando facetas. Aparecieron respuestas como “Napoleón es el caballerango del señor conde, atiende a muchos caballos pero ninguno es blanco y ninguno es suyo”. En éstos repetidos desafíos aprendimos que no debía darse por entendido ningún dato. Otras soluciones propuestas, como “El pobre animal cayó en una tinaja de alquitrán, grandes esfuerzos se han hecho para limpiarlo, pero por el momento su color es mayormente negro”, nos fueron enseñando que las situaciones, en ocasiones, presentan datos incompletos. Soluciones como “El animal murió hace décadas, si alguna vez fue blanco no lo es más; sus restos fúnebres deben ser color hueso” y “El caballo, creo, fue blanco en sus años mozos, mas ahora es grisáceo, su crin y todo su pelaje han envejecido” nos dejaron claro que los datos pueden ser inexactos por olvidos involuntarios y que, con mucha frecuencia, cambian con el tiempo haciendo necesario precisar en qué momento sucede el asunto y en qué momento se pretende la respuesta. Las imprecisiones que nuestra falible memoria padece al plantear un problema o una situación de la vida diaria pueden llevar a que la solución sea algo como “El pintor lo ha coloreado blanco, pero su caballo fue siempre marrón no debes dejarte engañar por como se ve en el cuadro”. Cuando datos relevantes en una cuestión son omitidos, por ejemplo una simple coma entre las palabras: caballo y blanco, puede llevar a soluciones como “Napoleón es un cazador de potros salvajes su objetivo en esta ocasión es un caballo pinto” o “Quise decir cabello blanco de Napoleón; es negro por supuesto, el susto que lo decoloró ha pasado”. Debe preguntarse, antes de ofrecer una respuesta, se-refiere-la-pregunta-al-caballo-de-la-pintura y también en-qué-momento-del-tiempo, pues la solución podría ser: “Es pardo, la pintura del museo se ha decolorado por el paso de los años”. Aprendimos así a cuestionarlo, aunque nuestros primeros intentos fueron torpes y los míos siguen siéndolo. Hacer preguntas es rasgo de personas inteligentes, aunque hacer demasiadas siempre incomoda al interrogado. El escenario de toda cuestión es también relevante, la respuesta correcta podría ser: “Es grisáceo y amarillento la fotografía que muestra quién ha hecho la pregunta está llena de polvo y deteriorada por el tiempo”. Definitivamente, la aseveración “Es amarillo a causa de una aguda enfermedad, se cree que se trata de hepatitis” surgiría de apreciaciones incorrectas de los hechos. Si en el planteamiento se han involucrado exageraciones intencionales entonces la contestación esperada podría ser: “Pues ahora es rojo, el animal ha sido gravemente herido en batalla y se desangra, se teme por su vida”. Siempre es pertinente investigar si existen circunstancias no mencionadas en el planteamiento de cada cuestión para evitar dejar de lado datos que llevaran a una solución como “Rojo con rayas negras, fue camuflado para escapar de la isla de Elba”.

 

Buscar constantemente variables poco evidentes o profundamente ocultas, y procurar no pasar por alto facetas y puntos de vista claves en cada cuestión cinceló en mi cabeza la suspicacia y el escepticismo que han formado parte de mi personalidad. Me mostraron también que con mucha frecuencia existen múltiples respuestas para un problema y no sólo una. Así aprendí que la mayoría de las cuestiones de la vida no son asuntos binarios; es decir, no son solamente: blanco o negro, verdadero o falso, bueno o malo, afirmativo o negativo. Tampoco son tonalidades de una gama que pudiéramos representar en una línea recta, o sea, no son solamente: ¿Cuánto te estima tu perro en la escala del uno al diez? Considerarlos de estas formas sería simplificar los problemas corriendo el peligro de sobre-simplificarlos. Las cuestiones que enfrentamos a diario son enredos que es necesario representar con muchos atributos. Para encontrar la solución, cada atributo debe evaluarse individualmente y después combinándolos en grupos para finalmente valorarlos todos en conjunto. Así un problema, mientras no sea uno de matemáticas, generalmente no es una superficie de dos dimensiones donde podamos graficar una función, ni siquiera un volumen tridimensional, sino que son figuras geométricas de múltiples dimensiones. Figuras que nuestra mente es incapaz de imaginar esquemáticamente; aunque, con toda seguridad, pueden ser esbozadas mediante matrices y redes neuronales.

 

Las ideas del último párrafo convencieron siempre a mis alumnos de que cruzar una calle es un desafío mucho más complicado que un problema de matemáticas y ellos lo resuelven cotidianamente. Una cuestión, una situación de la vida, un problema técnico o literario es una colección de atributos y una pregunta sobre tal conjunto puede tener muchas variantes, muchas posible respuestas lógicas y por tanto podrá incluir también muchos opuestos. Tales cuestiones presentan, sin lugar a dudas: ventajas y desventajas, objeciones y concesiones, peligros y recompensas, preferencias y aversiones. Antes de decidir, antes de actuar, debemos tomar en cuenta los más posibles y así no pareceremos poco avispados, demasiado atolondrados o resultar atropellados por algún automóvil.

 

Por cierto, otro contrario de cazar un oso para alfombra es alfombrar la casa de un oso para que disfrute de una hibernación más cómoda.

 

Napoleón cruzando los Alpes, pintura de Jacques-Louis David.

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