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Aventura en Venecia - parte 2

Caminé doblando en las esquinas de las calles que no continuaban recto y siguiendo la dirección que la intuición ordenaba. Mis queridas estrellas, que pudieran haber proporcionado alguna orientación, estaban ocultas tras las inoportunas nubes. La escasa iluminación y la ausencia casi total de otros transeúntes me infundieron precaución y sentí mis piernas acelerar el paso. Alcance a tres personas que entraban a su casa y solicité en mi escasísimo italiano direcciones para llegar a la estación ferroviaria. Afortunadamente para mí, los italianos hablan con las manos, así que entendí la mitad de las indicaciones. Una fina llovizna se hizo presente para entorpecer mis intentos, pero Venecia es una ciudad pequeña; tras caminar cosa de media hora siguiendo las indicaciones recibidas me encontré de vuelta en el Ponte di Rialto. Recordé, del mapa, que Venecia es una cuadrícula irregular, que el emblemático puente se encontraba en la esquina inferior derecha de la isla central y que la estación del tren estaba casi en la esquina superior izquierda, entonces si caminaba alternando vueltas a izquierda y derecha lograría seguir una trayectoria similar a una diagonal. Por supuesto, siempre que las calles lo permitieran. Luego de un rato de caminar siguiendo ese exiguo plan desistí, pues las benditas calles torcían a derecha cuando yo debía doblar a izquierda y viceversa. Permití, entonces, que la intuición guiara el resto de mis pasos y apacigüé la sospecha de que quizás estuviera caminando en círculos. 

 

Para mi sorpresa, emergí de las callejuelas frente a la estación de autobuses, vecina de la estación del tren. ¿Coincidencia o es, tal vez, que nuestro cerebro contiene algún mecanismo de orientación magnética como el que las aves usan en sus migraciones? Un hombre que esperaba junto a un expendio de periódicos me indicó qué puentes tomar para llegar a la estación del tren. Conseguí mi primer objetivo, ahora seguía el difícil: reencontrarme con Guadalupe y Ramón. Suponiendo que a ella la hallaría esperándonos en la estación del vaporetto frente a la estación del tren, me dirigí hacia ese sitio. Los vendedores del lugar recogían sus puestos y cerraban sus comercios. Entonces, mágicamente, escuché frases en español, en un tono de voz estridentemente familiar. Mi esposa pedía direcciones a una mujer en la calle a cincuenta metros de mí. Una coincidencia en un millón. Ella había desembarcado minutos antes de mi llegada e incapaz de volver al hotel solicitaba indicaciones a cuanto transeúnte pudo. Mis acelerados pasos y las muchas paradas del vaporetto habían permitido que llegáramos a un punto de encuentro, no preestablecido, en tiempos cercanos. Dos coincidencias de poquísima probabilidad en una sola noche es una circunstancia increíble. Juntos llegamos al hotel. Una hora más tarde llegó Ramón. Tras infructuosos intentos por las callejuelas, él había vuelto a la estación en la plaza de San Marcos para tomar otro vaporetto. Sin boleto, se vio obligado a pagar nuevamente su pasaje. ¿Cómo es que Guadalupe no pagó un segundo boleto? Pues otra vez, entró en acción su encantador desparpajo.

Estación del vaporetto frente a la estación ferroviaria de Santa Lucía en Venecia.

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