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Aventura en Venecia - parte 1

Extraviarse en una ciudad desconocida es una experiencia no grata y por alguna consecuencia oscura de ley universal aún no descubierta se presenta con mayor frecuencia cuando uno desconoce, además, el idioma local.

 

Llegamos a la estación ferroviaria de Venecia en un clima nublado. Era mediodía. Mi hijo obtuvo de la caseta de información la ubicación de un hotel cercano. Siempre nos ha gustado viajar sin itinerario. Nos permite visitar los museos que deseamos las horas que nos plazca, ir de tiendas cuando queramos y alargar los paseos que nos sean más atractivos; en resumen, sentirnos dueños de nuestro tiempo. Por supuesto, tiene sus inconvenientes: carecer de un guía que conozca el lugar, los caminos y atajos para llegar a los destinos es uno de ellos.

 

Dejamos las maletas en el cuarto y salimos a visitar la inolvidable ciudad. Caminamos siguiendo un mapa. Comimos en un restaurante típicamente italiano a un lado del Ponte di Rialto. Tomamos luego un vaporetto (bote de transporte colectivo) para llegar hasta la Plaza de San Marcos. Recorrimos los rincones de la plaza iniciando con la luz del ocaso y terminando con la pintoresca iluminación de las farolas. Cansados decidimos regresar haciendo uso de nuestro boleto de vuelta en el transporte marítimo.

 

Cuando volvíamos, encontramos en la parada de San Marcos-Vallaresso una larga fila de personas esperando. Muchos pasajeros habían elegido la misma hora que nosotros para retornar a sus moradas. La fila no estaba formalmente organizada, así que mi esposa con su descarado encanto adelantó a las personas que esperaban el bote. Yo no me atreví a hacer lo mismo y tampoco Ramón. Cuando el barco llegó, la gente se arremolinó para abordarlo. Mi esposa siendo de las primeras consiguió subir al bote. Yo intenté llegar hasta ella, pero no conseguí adelantar al gentío. La puerta del bote se cerró dejándola a ella en el interior sin boletos y sin dinero, aunque sólo ella sabía de esto. Me volví a buscar a Ramón quien pensando que se había quedado solo emprendió el regreso caminando. Traté de alcanzarlo, pero lo perdí después que descendió una escalera en dirección de la plaza de San Marcos. Pensando que Guadalupe tenía con ella la cartera con los boletos y no teniendo conmigo el mapa, comencé a caminar siguiendo mi sentido de orientación.  En realidad esa cartera colgaba de mi hombro en el interior del bolso de mi esposa que acostumbro cargar cuando la miro cansada. Mientras caminaba por las oscuras, estrechas e intrincadas callejuelas de Venecia pensaba en Guadalupe que presta poca atención a los caminos. “Tendrá problemas para recordar cómo llegar al hotel”, pensaba yo. Ramón viajó solo, mochila al hombro, por Europa unos años antes, así que él me preocupaba menos. Cada uno nos encontrábamos al amparo de los propios recursos, aunque sólo yo sabía de esto. 

Islas y canales de Venecia.

Plaza de San Marcos en Venecia, Italia.

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