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Amarres

Me han preguntado a qué viene hablar de estacas de vampiros en el relato de un infarto y por qué la mención del baño de Cleopatra en una narración de un paseo en globo. En este relato respondo todas esas preguntas y tal vez algunas otras que aún no se han enunciado.

 

 

Siempre he dicho que me alimento sólo para llenar el tanque del combustible, y muchas personas me han hecho ver que como demasiado rápido.

 

―Estás cavando la tumba con tus dientes―, me amonestaba mi padre en ocasiones.

 

―Saborea la comida, no la tragues sin paladearla―, me amonesta mi esposa.

 

La verdad, y digo esto para sorpresa de muchas personas que me conocen, es que sí disfruto de la comida aunque sin ser tal placer digno de ser mencionado. La disfruto sobre todo cuando ocurren cambios inesperados en su sabor o en su consistencia. Me agrada por ejemplo encontrar repentinamente la sensación de un grano de pimienta, el picor sorpresivo de un chile mexicano, mientras no sea picante en extremo, o una chispa de chocolate en una galleta. Esto mismo me sucede en la música donde me deleito con los cambios inesperados de ritmo o la entrada súbita de un instrumento. Cuando la lectura era mi pasión descubrí que también ahí me sorprendían y agradaban las transiciones inesperadas en el hilo de la narración. Creo que fue en una de las novelas ejemplares de Cervantes Saavedra donde experimenté por primera vez ese tipo de discontinuidad. Otra que recuerdo muy claramente es la que se encuentra a mitad del Estudio en Escarlata de Arthur Conan Doyle. Tales variaciones quedan prendidas en mi memoria y perduran por más tiempo que otros detalles de la historia.

 

Siempre he creído que el universo, todo, funciona lo mismo que mi cabeza y por ello extrapolo mi preferencia y supongo que para todas las personas resulta de igual manera. Entonces si las variaciones intempestivas, sean chocantes o agradables, se fijan mejor en la memoria, esas son las herramientas ideales para atraer la atención sobre algún punto relevante de la narrativa; las llamo: amarres. Son palabras extravagantes en el texto, son frases graciosas o son ideas mordaces, ilógicas o escandalosas. Utilizo esos amarres para crear puntos de conexión entre párrafos y entre capítulos y aún entre libros; y también para sacudir de vez en cuando la atención del lector. Me son de gran utilidad para retomar el mismo concepto más tarde.

 

Considero que el cerebro es una máquina relacional, es una gran malla de interconexiones de neuronas. Conecta atributos de objetos para crear una representación mental. Conecta representaciones mentales para crear una idea. Y conecta ideas para crear recuerdos. ¿Por qué entonces no escribir también así, creando relaciones en el texto? Cuando lean las novelas estén atentos a estos amarres. Los utilizo también para fijar las pistas de los mensajes esteganográficos.

 

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